Lo más obsceno de la pobreza

Publicado originalmente el 18 de octubre de 2017 en ara.cat

¿Para qué debería servir la política si no es para acabar con la pobreza? Pensar lo contrario es lo más obsceno que se me ocurre.

Lo más obsceno de la pobreza y la desigualdad es considerar que su erradicación sea tan solo una opción más, cuando no un objetivo supeditado a otras metas más importantes. Nos puede parece obsceno (y lo es) que ocho hombres acumulen la misma riqueza que 3.700 millones de personas. Nos sacará de quicio la persistente feminización de la pobreza, el 66% del trabajo lo hacen ellas a cambio del 10% de los ingresos. Nos indignará todo el dinero que vuela en maletines de piel de cocodrilo hacia islas llenas de cocoteros y cajas de seguridad, hasta podríamos salir a la calle y gritar para que alguien haga algo por esos 13 millones de conciudadanos que están en peligro de exclusión, claramente por encima de la media de la UE.

Lo más obsceno es que todo eso sea observado todavía con las gafas de la caridad o los prismáticos del marketing comercial, a cuenta en muchos casos de los impuestos que deberían sustentar el estado del bienestar. Hace unos meses se desató la polémica porque una conocida firma de ropa, buque insignia de la internacionalización y de la Marca España, a la que por razones obvias no le vamos a hacer más publicidad, quiso donar al sistema público de salud 320 millones de euros en equipos de detección de cáncer. El sistema es sencillo: pongo a trabajar a los ingenieros fiscales, me ahorro unos cuantos millones en impuestos (600 millones en cuatro años, para ser exactos, según el Europarlamento) y luego hago una suculenta donación en aquello en lo que toque más el corazoncito de la gente, con el mismo dinero, claro. ¿Para qué pagar sin que nadie me vea y sin sacarle visibilidad y rendimiento comercial? Oiga, no, yo quiero pagar lo que a mí me interese, no aportar a la caja común, que el dinero es mío. ¿Pero qué se cree, que somos una ONG?

Para añadirle dramatismo y obscenidad, tuvimos que aguantar en medios públicos y privados, la entrevista con los afectados de cáncer, diciendo que a ellos ya les daba igual de dónde venía el dinero, que lo que querían era vivir. Por supuesto, sólo faltaría, nadie se pregunta de qué está hecha la cuerda que te lanzan para sacarte del abismo. Todo para señalar a los profesionales de la salud y las asociaciones de usuarios que cuestionaban estas prácticas, y que a la par reclamaban un financiación pública digna y suficiente para la sanidad. Qué malas personas, ¿verdad? Cuestionar así una operación de marketing tan magistral y de paso politizar todo esto. Pero si aquí lo importante es salvar vidas, ¿o no?

Seguimos aplicando la lógica de la acción humanitaria a la lucha contra la pobreza y no de la construcción solidaria de equidad y de justicia. Nuestros derechos básicos, en España, dependen en gran parte de si hemos logrado acceder o no al mercado laboral y somos las personas que trabajamos las que aguantamos, casi exclusivamente, lo que queda del sistema de bienestar. Si no has cotizado, lo llevas mal, chaval, y piensa que tu futuro dependerá de lo que hayan ahorrado (ganado) por ti las empresas para las que trabajas y en las que consumes. Hemos ‘salido’ de la crisis jibarizando nuestros sueldos y de rebote ese sistema de (cierta) justicia social al que contribuimos con ellos, con lo que nuestras posibilidades de acceder a la vivienda, la cultura o la educación quedarán cada vez  más en manos de los departamentos de publicidad y en la filantropía de grandes prohombres.

A la cooperación internacional le pasa lo mismo, muchos quisieran que dejara de ser una política pública y fuera pasto de los designios de grandes fundaciones y cantantes de pop talluditos, espantando moscas en medio de un campo de refugiados. Pero en el fondo, es el mismo problema, una cuestión de inclusión o no, de asunción o no del mayor desafío, de la peor amenaza que tenemos, como un problema de todos. No como la penitencia de una casta inferior, de un atajo de losers con permiso para sentarse en nuestra mesa por Navidad, con la condición de no manchar el mantel. ¿Para qué debería servir la política si no es para acabar con la pobreza? Pensar lo contrario es lo más obsceno que se me ocurre.

Miquel Carrillo, Consultor en 

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