Una lectura feminista en el día del libro

Ana Fernández Moya, Vocal de Género de la Coordinadora. Integrante del Grupo de Género de la Coordinadora.

“Reconocer nuestra propia invisibilidad significa encontrar el camino hacia la visibilidad” Mitsuye Yamada

Son muchas las mujeres que la Historia (esa Historia escrita con mayúsculas, la que a fuerza de opresión y dominio escriben los hombres con el aplomo y la seguridad que les da el saberse dentro de un sistema que les premia y recompensa a ellos, al tiempo que las excluye y niega a ellas) ha invisibilizado a lo largo del tiempo. Estas mujeres han sido apartadas (antes y ahora, aquí y allí) del discurso dominante en prácticamente (si no todos) los sectores de la sociedad.

Son mujeres que, en el mejor de los casos, han pasado al discurso oficial; casi siempre entre paréntesis, como excepciones al gran elenco de nombres masculinos que dominaba y domina todas las hojas de los libros de Historia. Y, el mundo de la literatura, no permanece (por desgracia) ajeno a este status quo. La literatura, uno de los pilares que conforman el patrimonio cultural, tan importante para el progreso y el avance de sociedades avanzadas, ha relegado (y sigue haciéndolo) a las mujeres a los márgenes.

Para aquellas personas incrédulas, propongo un experimento. Vayamos a cualquier clase de cualquier colegio y preguntemos al alumnado de 14 años en adelante nombres de escritores estudiados en sus libros de texto de literatura.  Acto seguido, formulemos la misma pregunta, pero esta vez con escritoras. Compartamos los resultados obtenidos y preguntémonos el porqué de dicha realidad. ¿Acaso no existen, no hay?

Partiendo del hecho inequívoco de que haberlas haylas, cabe preguntarse por qué su número es inferior al de los hombres y por qué las que hay no pasan al relato oficial, al relato normalizado.

En el primer caso, podemos decir que las oportunidades que han tenido las mujeres nunca han estado en igualdad de condiciones con respecto a las de los hombres. Los roles asignados a cada sexo a lo largo de la Historia han hecho que se vinculara a las mujeres con el espacio privado, doméstico (hogar y cuidados), y los hombres, al espacio público, es decir, al que aporta reconocimiento social. Asimismo, el hecho de poder dedicarse al mundo de las letras, hace que previamente las mujeres hayan podido tener acceso a una educación; algo que puede suponer una obviedad no lo es tanto para miles y miles de niñas que incluso hoy día, en muchas zonas del mundo, se ven privadas de dicho derecho simplemente por ser niñas. Niñas que, en muchos países actualmente, ven que no pueden continuar sus estudios porque se ven sometidas a matrimonios forzados, a embarazos precoces, al cuidado de sus familiares o a las decisiones de unos padres que prefieren priorizar la educación de los miembros varones, dentro de un largo etcétera. Reflexionar sobre todo ello es uno de los eslabones necesarios si queremos coeducar para crecer en igualdad.

En el segundo caso, cabe preguntarse cómo es posible que habiendo mujeres sobresalientes en absolutamente todos los campos del saber y, en concreto en este caso de la literatura, no pasen a formar parte del discurso oficial, de la Historia que las conoce y reconoce como grandes aportadoras al bien público que es la cultura. Aquí cabría preguntarse quién escribe esa Historia, esos renglones firmes que dejan como legado del patrimonio cultural solo y exclusivamente a los hombres. Las mujeres, si acaso, bajo algún pseudónimo y siempre en los márgenes.

Todo este descrédito y no reconocimiento de los aportes que las mujeres han hecho a todos los campos del saber, y en este caso particular a la literatura, no es otra cosa que violencia simbólica, violencia institucional de género. Las consecuencias de esta violencia, en el campo literario, son múltiples, pero una de las más importantes podríamos decir que es la ausencia de referentes femeninos. Parafraseando la mítica cita «Lo que no se nombra no existe”, podríamos decir que “lo que no se narra no existe”.

Pizan

Christine de Pizan

Para finalizar quería homenajear en este Día del Libro a Christine de Pizan, la que es considerada como la primera escritora profesional de la historia, además de filósofa y poeta humanista de finales del S.XIV y principios del XV.

Suya es la obra “La ciudad de las damas”, considerada como precursora del feminismo contemporáneo. Se trata de un texto a favor de la mujer, así como una crítica a la misoginia que dominaba la época. A través de una colección de historias de heroínas del pasado conforma una genealogía femenina. En el libro crea una ciudad donde las mujeres son consideradas ciudadanas, tienen sus espacios y toman sus decisiones.

Siglos más tarde, Simon de Beauvoir se referiría a ella con las siguientes palabras: «la primera vez que vemos a una mujer tomar su pluma en defensa de su sexo»

En este Día del Libro, reflexionemos sobre este gran legado invisibilizado por la Historia en mayúsculas y animémonos a leer en los márgenes, a leer en esa historia en minúsculas (pero no por ello menos importante) para así revertir tendencias y que puedan ser conocidas y reconocidas como merecen. Sin ellas, la historia no está completa. Sin ellas, nos falta la otra mitad del relato.

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