En 1985 la Asamblea General de las Naciones Unidas decretó el 5 de diciembre como Día Internacional del Voluntariado (DIV) para el Desarrollo Económico y Social. Posteriormente, otras propuestas relacionadas han ido aumentando el interés y la participación respecto al tema. En 1997, por ejemplo, se designó el 2001 como Año Internacional de los Voluntarios (AIV), una iniciativa que fue aprobada por 123 países. Este año 2011, se celebra el Año Europeo del Voluntariado.
Sumarse a esta celebración es reconocer la labor de todas aquellas personas que contribuyen de forma voluntaria y altruista en la mejora de su entorno y de la sociedad. Su implicación favorece la generación de una conciencia solidaria que nos permite involucrarnos en un desarrollo ecuánime y sostenible. La ciudadanía es consciente y asume su capacidad de acción y transformación; un cambio que, tanto individual y como colectivamente, todo el mundo puede –y debe- ejercer.
Un trabajo en equipo.
Las personas no podemos estar ajenas a la comunidad, a la más próxima a nuestra vida cotidiana, y a la comunidad global. La implicación es importante porque cada pequeño gesto cuenta; cada acción contribuye al cambio.
Es bueno salir de la realidad en la que vivimos y aproximarnos a otras muy distintas, con sus características y problemáticas. Así, se aprende a que todo el mundo es vulnerable y se dota al día a día voraz y frenético en el que normalmente nos desenvolvemos, de un matiz de humildad.
El voluntariado existe desde siempre, es algo innato a las sociedades. Es positivo que un organismo internacional le asigne un día en su calendario oficial, pero la labor de apoyo y ayuda que las personas se prestan entre sí va a continuar, incluso “a pesar” de los reconocimientos institucionales. Porque el voluntariado ha evolucionado; desde unas acciones de apoyo y ayuda ligadas más a la caridad, hasta el voluntariado transformador, revulsivo, que denuncia situaciones de exclusión y trata de cambiar realidades injustas.
Las personas voluntarias prestan sus servicios desinteresadamente a favor de los colectivos más vulnerables, actuando como mediadores entre la ciudadanía y el Estado para canalizar necesidades y demandas que no están siendo totalmente cubiertas por éste. Estas acciones tradicionalmente se han encauzado a través de organizaciones (entidades de voluntariado, ONG, etc.), que se convierten en un instrumento para gestionar esa oferta y demanda de colaboración. Sin embargo, y como dice Jaume Albaigés (@jaume_albaiges) en sublog Tecnolongia: “¿Y si los voluntarios decidieran pasar de las organizaciones?“.
Otro mundo, otro voluntariado.
Una persona voluntaria, por elección propia, dedica una parte de su tiempo a la acción solidaria, altruista, sin recibir remuneración por ello. Pero es precisamente esa elección la que puede llevarle a ejercer su colaboración en lugares y formas que se encuentran fuera de los cauces tradicionales de una organización. En este sentido, tenemos ejemplos claros como el cibervoluntariado o todas las acciones que aparecen desde hace un tiempo relacionadas con las nuevas tecnologías. A esa colaboración, por su planteamiento de “voluntariado online” no se le atribuye el mismo compromiso, constancia, formalidad o poder de cambio que el, digámoslo así, voluntariado de sede. Y es un error.
Los ciudadanos y ciudadanas comprometidos, las personas voluntarias, son capaces de buscar y encontrar cauces de participación distintos a los que habitualmente se venían ofreciendo. Las organizaciones hemos de ser conscientes de que no evolucionamos a la par que esa ciudadanía a la que pretendemos llegar y concienciar. Al igual que el voluntariado, la conciencia solidaria está ahí desde siempre y si esa fuerza transformadora no se ejerce desde una organización, se activará desde otros canales y por otros medios. No es menos válida por ello, simplemente es una alternativa, una vía complementaria y menos formal.
Las maneras de comprometerse han cambiado, porque la sociedad y el mundo han cambiado. Y los espacios donde ofrecer voluntariado han de adaptarse a estos nuevos tiempos y a las nuevas demandas de participación. Comparto la afirmación de Xosé Ramil cuando dice “Esta parte de la sociedad que se compromete, que es solidaria, que es activista en cierta forma, no responde a los códigos tradicionales del compromiso que se han manejado en las ONG, y menos aún de la forma que promueven, en casi todos los casos, las entidades públicas con sus planes de voluntariado”.
Si las personas voluntarias nos están mostrando sus inquietudes, su entusiasmo y compromiso de formas muy diversas, las organizaciones hemos de entenderlo y transformarnos para fomentar y dar valor a la creatividad en esa acción voluntaria.
Piedad Martín Sierra
Responsable de Formación
Coordinadora de ONG para el Desarrollo-España