«La cultura del consumo nos adiestra para creer que las cosas ocurren porque sí». De esta forma, Eduardo Galeano describía algunos de los planteamientos que están instalados en nuestras sociedades: que nuestras pautas de consumo de los países enriquecidos poco tienen que ver con las desigualdades con y en los países empobrecidos. Y que nuestras compras poco o nada pueden ayudar a cambiar esta situación contra la que luchamos en esta Semana Contra la Pobreza. Así, muchas veces soñamos en cambiar el mundo y nos apuntamos a un voluntariado, o colaboramos económicamente con una ONG; sin embargo, nuestras opciones de compra siguen siendo las mismas: consumir todo lo que se pueda y al precio más barato. Pareciera que pretendemos acabar con la pobreza pero haciendo lo mismo de siempre.
Aunque consumir y hacer la compra parecen hechos sin importancia que sólo afectan a la persona consumidora, lo cierto es que es algo que afecta a toda la humanidad. Porque tras este gesto concreto y cotidiano se esconden problemas sociales, políticos y medioambientales que alcanzan a todo el planeta.
Conscientes de esto, hace ya unos tres años, las ONGD Fundación PROCLADE, PROYDE y SED decidimos unir nuestros esfuerzos para hacer una importante labor de incidencia social y política que tuviera como base la siguiente idea: para luchar contra la pobreza, hay luchar contra sus causas. Y varias de ellas están relacionadas directamente con el consumismo dominante en nuestra parte del mundo. Por ello, decidimos trabajar para dar impulso a nuevas formas de consumo que vean más allá del precio y de unas necesidades ficticias creadas por la publicidad y que pongan a la persona y al desarrollo sostenible del planeta en el centro de las decisiones de compra. En definitiva, un #ConsumoJusto para todos y todas.
Un consumo justo y responsable del que ya hablan los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenibles, herederos de los incumplidos Objetivos del Milenio y adoptados el pasado mes en la Cumbre de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible. El objetivo 12 determina la necesidad de garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles a partir de la reducción de los desperdicios de alimentos y otros desechos, la gestión ecológica de productos y desperdicios o la promoción de prácticas sostenibles en las empresas, entre otras muchas metas. Y para conseguirlas, en el objetivo 13 también hablan de emplear para la consecución de esas metas la educación y la sensibilización.
En nuestras organizaciones hemos decidido que hay que ponerse manos a la obra desde el principio; y ese principio debe ser nuestra propia conversión hacia el #ConsumoJusto. Con un pequeño esfuerzo, comprobaremos que la mayoría de nuestras necesidades y actividades que realizamos pueden ser cubiertas con un consumo justo y responsable: desde la alimentación y las prendas de vestir, a los sistemas de educación, la energía, la comunicación, las actividades de ocio o incluso el universo financiero. En definitiva, un #Consumojusto que nos lleve a esa coherencia entre nuestras compras y nuestras formas de entender el mundo. Será ya tras esta conversión individual en los modelos de consumo cuando podamos empezar a hablar de una transformación social.
¿Y los gobiernos?
Esta coherencia que nos debemos exigir a nivel personal es la misma que demandamos a los gobiernos: unas políticas en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenibles. En este sentido, animamos a quienes deben representarnos en las administraciones públicas a llevar a cabo esta nueva agenda teniendo sus objetivos y metas bien presentes, implicando tanto a países socios como a grandes empresas que sin duda tendrán un papel decisivo en el desarrollo de los pueblos y la conservación de los recursos naturales, sobre todo en los países empobrecidos, donde suelen hallarse grandes reservas de materias primas necesarias para que nuestro mundo siga su marcha. No es coherente, por ejemplo, que desde los países donantes animemos a los agricultores de países en desarrollo a que exporten sus productos a los mercados globales, mientras que por otro lado estamos limitando el libre acceso a esos mismos mercados.
A nivel más cercano, los poderes públicos pueden implicarse en estos objetivos con pequeñas acciones significativas como la inclusión de la compra ética en los criterios sociales para pliegos de contratación, la realización de campañas de sensibilización e información ciudadanas o el ahorro energético de sus instalaciones y servicios.
¿Y nuestras organizaciones?
La coherencia tampoco debe escapar a nuestra labor diaria como organizaciones que trabajan por un mundo más justo. A nivel institucional, estamos firmemente comprometidos con el comercio justo (el café de media mañana en nuestras oficinas), la reducción del desperdicio alimentario («La comida no se tira», decíamos en nuestra campaña de Educación para el Desarrollo del curso pasado) y la reducción de nuestra huella ecológica: a través de la sensibilización con la campaña «Dales un respiro», de la separación de residuos, del reciclaje y de otras muchas acciones para que nuestra huella sea cada vez menor, cumpliendo además los compromisos que hemos hecho públicos en la web «Un millon de compromisos por el clima». (http://www.unmillonporelclima.es/comprometidos/entidades/perfil/?u=0a056d69-ac49-482b-9f73-eca56699ca6e)
Nuestro modelo de consumo no es lo único que tiene que cambiar para acabar con las desigualdades de nuestro planeta. Pero este cambio representa una acción transversal a todas las demás que podemos comenzar de forma personal con el objetivo final de cambiar el mundo. Nuestras pequeñas acciones diarias tienen más importancia de lo que puedas pensar. Y la Semana Contra la Pobreza puede ser un buen momento para ponerlas en práctica.
Noemí García, Anaclara Padilla y Vega Alonso, del Departamento de Estudios e Incidencia Social de las ONGD PROCLADE–PROYDE–SED.