¿Es inocua nuestra alimentación?

La Organización Mundial de la Salud ha elegido como tema del Día Mundial de la Salud 2015 la inocuidad de los alimentos. En la presentación del DMS se explica que los alimentos que contienen bacterias, virus, parásitos o sustancias químicas nocivas causan más de 200 enfermedades diferentes y son responsables de unos 2 millones de muertes cada año.

La inocuidad de los alimentos así entendida, en su sentido estricto, es un tema muy relevante de salud pública. Todavía tenemos en la memoria algunas crisis impactantes, como la del aceite de colza deCartel OMS_alimentos inocuossnaturalizado, la de las vacas locas o la de los pepinos en Alemania hace poco más de tres años. En cada caso se produjeron muertes y mucho sufrimiento asociado a esas situaciones de falta de inocuidad de los alimentos.

La OMS apunta a la «cada vez más evidente necesidad de reforzar los sistemas que velan por la inocuidad de los alimentos en todos los países», por lo que el Día Mundial de la Salud 2015 se orienta a «fomentar medidas destinadas a mejorar la inocuidad de los alimentos a lo largo de toda la cadena, desde la granja hasta el plato». Pero, ¿qué ocurre después del plato? ¿Es suficiente con garantizar que los alimentos que llegan al plato no contienen bacterias, virus, parásitos o sustancias químicas nocivas?

Sería conveniente tener una visión más amplia de la inocuidad de los alimentos. Si seguimos la definición que nos da la Real Academia de la Lengua, es inocua aquella alimentación que no hace daño. Y si miramos los daños que está produciendo nuestro sistema alimentario, difícilmente podríamos hablar de inocuidad. La obesidad está adquiriendo unas dimensiones desproporcionadas, hasta el punto de ser catalogada como uno de los grandes problemas actuales de salud pública, una pandemia con un coste asociado de más de dos billones de dólares al año, que se va incrementando año a año.

No es casual que en los últimos cuatro años The Lancet haya publicado dos series dedicadas a la obesidad, una en agosto de 2011 y otra a comienzos de 2015. Los expertos la consideran el mayor factor causal de carga de enfermedades prevenibles en muchas regiones, incluso por delante del tabaco. Los datos que aportan apuntan a unos 1.500 millones de personas con sobrepeso y más de 500 millones con obesidad. Su repercusión en la salud es muy alta, ya que está relacionada con el 80% de los casos de diabetes, con el riego de padecer hipertensión, colesterol alto, diversos tipos de cáncer, etc.

Es más fácil ganar peso que perderlo

El análisis del conjunto de factores determinantes de la obesidad es muy complejo, pero las investigaciones señalan que la creciente disponibilidad de alimentos altamente calóricos más baratos junto a las potentes fuerzas económicas que impulsan su consumo –con un marketing más generalizado y persuasivo– conducen inevitablemente hacia el sobre-consumo y la obesidad.

Las campañas de publicidad –incluso dirigidas a público infantil– relacionadas con productos que pueden ser nutricionalmente dañinos parecen no tener límites; los requerimientos a dichos productos desde un punto de vista de salud y nutrición se nos antojan muy laxos. Los poderes públicos responsables deberían analizar el coste humano, de salud e incluso económico que tiene el hecho de no regular adecuadamente la utilización de ingredientes no saludables en la producción de alimentos. No solo deberían pensar cómo estimular a los consumidores hacia dietas más saludables sino también cómo pueden incentivar a la industria alimentaria para que produzca alimentos más saludables (o como desincentivarla para que no produzca tantos alimentos no saludables).

Hace ya varios años, el entonces relator especial de Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, Olivier de Schutter, señalaba que nuestros sistemas alimentarios son “obesogénicos”, generadores de obesidad y que, al ritmo que vamos, en 2030 se producirían 5 millones de muertes de personas menores de 60 años como consecuencia de enfermedades no transmisibles relacionadas con el consumo de una dieta no saludable, es decir, más del doble de las muertes que se producen por el consumo de alimentos que contienen bacterias, virus, parásitos o sustancias químicas nocivas.

En este Día Mundial de la Salud 2015 convendría que tuviéramos una mirada más amplia, más inteligente, más crítica sobre la inocuidad de los alimentos y que, a partir de ella, se generaran las respuestas políticas adecuadas. La falta de acción de los poderes públicos en este sentido se podría considerar un incumplimiento de sus obligaciones de proteger y garantizar los derechos humanos a la salud y a la alimentación.

José Mª Medina Rey, director de PROSALUS

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