Diversos colectivos feministas, movimientos campesinos y de indígenas han tomado las calles de Río de Janeiro para mostrar su oposición a la economía verde tal y como la concibe el documento que está en la mesa de negociación de la Cumbre Río+20.
Contra la mercantilización de la naturaleza y las falsas soluciones que propone la economía verde, en torno a 7.000 personas, en su mayoría mujeres, han querido hacer oír sus voces en el centro de la ciudad y en la Cúpula de los Pueblos, foro paralelo de sociedad civil en el que planteamos propuestas para luchar por la justicia social y ambiental.
Durante la manifestación, amenizada con bailes de capoeira, muchas pancartas han querido visibilizar el valor de los cuidados y el papel que desempeñan las mujeres como cuidadoras del medio ambiente. De acuerdo con estos colectivos, es necesario un nuevo modelo productivo-reproductivo y de consumo, basado en otro paradigma de sostenibilidad de la vida.
Mientras, en el foro oficial de Río+20 Michele Bachet en representación de UN Women, la agencia de Naciones Unidas que promueve acciones en pro de la igualdad de género, señalaba que la participación de las mujeres en la vida social y económica es crucial para alcanzar el desarrollo sostenible.
Conviene recordar que más de 500 millones de mujeres rurales viven en situación de pobreza y no tienen acceso a los recursos básicos ni a los mercados a pesar de ser la principal mano de obra agrícola en los países en desarrollo y producir el 50% de los alimentos.
En la calle y en la Cúpula de los Pueblos no cesan de oírse propuestas interesantes para cambiar el actual modelo de desarrollo y avanzar hacia un desarrollo sostenible. Se trata de propuestas perfectamente realizables y nada utópicas, como siempre lo que falta es voluntad política.
La última versión del texto que está encima de la mesa de los negociadores y negociadoras de Río+20 no parece haber agradado mucho a la UE y es poco ambicioso. Malas noticias de momento, esperemos que en los próximos días consigamos algo más que un texto descafeinado.
Por Arantxa García, de Fundación IPADE