Es evidente que la crisis de los refugiados ha traído de nuevo a la cabeza de la inmensa mayoría de la ciudadanía la dimensión internacional de la pobreza. El impacto causado por un aluvión de noticias dramáticas, en el que se han substituido las lejanas aldeas del Sahel por las otrora paradisíacas islas griegas, incluso la más cercana estación central de Budapest, combinado con la sensación que insufla la publicidad pre-electoral gubernamental de que la crisis ya es un recuerdo del pasado, nos ha devuelto la sensación de que ahora sí podemos y deberíamos hacernos cargo del mundo otra vez. Ahora sí toca, esto no puede pasar en Europa, incluso se dan el lujo de abrir la espita presupuestaria para (aparentemente) dar algo de cancha a la cooperación internacional que lleva a cabo el Estado.
Estos días me comentaban desde el Fons Català de Cooperació que, al igual que debe de estar pasando en otros lugares, municipios y particulares no dejan de llamarles e interesarse sobre qué pueden hacer ante esta situación. Como apuntaba el pasado viernes en Bruselas Alexander Polack, el portavoz de Ayuda al Desarrollo de la Comisión Europea, la tormenta perfecta en la que vivimos desde finales de verano debería empujar a los donantes a aumentar sus aportaciones y a implicarse más al haber ‘atraído la atención sobre el tema’. Habemus agenda internacional, ahora sostenible, doblamos la apuesta de los Objetivos del Milenio, aunque no hayamos cumplido lo comprometido en 2001.
Bien. El problema es que seguimos haciendo lo mismo de siempre, con lo que seguramente tendremos los mismos resultados. Hemos ‘salido’ de nuestra crisis con la receta tradicional de crecimiento, de acumulación y generación de excedentes y sin repensar (el verbo que más recordaremos de esta década perdida) un comino. Las relaciones económicas, sociales y políticas no se han replanteado en lo sustancial, y ahora encaramos una recuperación basada en la pobreza de nuestras clases trabajadoras, que se unen a la del resto del planeta, encadenadas con siete llaves a la deuda. Como decía un informe de Cáritas que circula estos días, tener trabajo ya no garantiza salir de la pobreza, cosa de la que puede dar fe la cara oculta del mundo, que se mató a trabajar para no tener siquiera con qué alimentarse. Y a la que encima ahora se les niega el derecho a emigrar si el cielo les manda cualquiera de la siete plagas, incluída la guerra.
En lo relativo a la pobreza, también seguimos haciendo lo mismo, por supuesto. Seguimos pensando en ella como en una enfermedad, en erradicarla y expulsarla de nuestro cuerpo. Al exorcismo se le ponen metas perfectamente cuantificables, como si contáramos bacilos en una placa bajo el microscopio. Seguimos haciendo políticas pro poor, como si no fueran parte de la sociedad y en realidad no hubiera que construir sistemas universales de educación o salud. ‘Se ha perdido la noción de justicia social universal y se ha substituído por los bonos escolares o de alimentos para comprar votantes’, alertaba el activista boliviano Marco Gandarillas estos días en Barcelona. Hasta la izquierda latinoamericana, la gran esperanza blanca, le apuesta a los antibióticos neoliberales para seguir adelante.
Pero esto no lleva a ningún lado. Debiéramos aprovechar esta coyuntura para hacer ver a nuestra ciudadanía que no es un problema de aumentar o no la cooperación o los bancos de alimentos, que están muy bien pero que no pasan de ser paños calientes. Mientras continuemos con este sistema económico internacional, sin reglas fiscales, sin límites reales para la explotación de territorios, recursos y personas, no habrá solución a nada. ¿De qué agenda internacional me hablan si no parte de la irrenunciable ambición de extender los derechos humanos proclamados hace setenta años, incluyendo los sociales, económicos y culturales? Se llama coherencia de políticas y es tan fácil como no detener a un refugiado político como Hassana Aali que lucha contra la ocupación marroquí del Sáhara o no hacer negocios ni vender armas al resto de dictaduras con las que tan bien nos relacionamos. Avísenme cuando Margallo haga algo en el Consejo de Seguridad sobre lo de Kunduz, por favor.
Y sobre todo, no tratemos de acabar con la pobreza sin cambiarlo antes todo, empezando por nosotros mismos.
Miquel Carrillo, President de @federacionISF i Incidència Política a @AGORANS
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