No es momento de callar

Por Francesc Mateu, vicepresidente de la Coordinadora de ONGD

Publicada originalmente en ara.cat el día 1 de agosto de 2017

«No sé si aquello era legal. Pero si lo era, lo que allí pasaba se contraponía con el concepto de humanidad. Lo que hicimos los pasajeros es responder con humanidad». Estas palabras las dijo Mikel, una de las 11 personas a las que Vueling expulsó de un vuelo a Senegal el viernes 14 de julio, en la rueda de prensa donde lo explicaron unos días después.

Momentos antes de cerrar las puertas del vuelo hicieron entrar en el avión a una persona esposada que gritaba desesperadamente. Dos personas con guantes blandos la llevaban retenida. Evidentemente se trataba de una deportación. Las criaturas que estaban sentados cerca comenzaron a llorar y hasta una cincuentena de personas se levantaron de sus asientos y pidieron explicaciones a las que nadie respondió. No era ninguna acción organizada. Era la respuesta lógica de unas personas preocupadas por otra persona que aparentemente estaba sufriendo.

Hicieron bajar del avión en todo el pasaje y expulsaron aleatoriamente a 11 personas del vuelo y con la expulsión comenzó para ellas, -la gran mayoría muy jóvenes-, un auténtico calvario de presiones, amenazas y linchamiento en las redes sociales y en algún que otro medio. Estaban muy asustados. Los habían dejado sin vacaciones, y los habían amenazado a tener que pagar multas de miles de euros y a no dejarlos volver a volar. Muchas entidades les dieron apoyo y así se enteraron de que el Estado español deportó entre el 2011 y el 2014, 4.157 personas, una media de 1.039 personas al año. Es decir: el sistema administrativo español es más eficiente deportando personas que acogiendo refugiados porque de las 17.337 personas que nos comprometimos a acoger, sólo hemos acogido 1.615, 808 de media al año. Es triste, pero deportamos más personas, que refugiadas acogemos.

La lección está clara. Todo lleva, como la corriente de un río, a una misma conclusión: si hubieran callado no se hubieran metido en un lío, no se habrían complicado la vida y no les habrían complicado a terceras personas sin ganas de saber por qué pasan las cosas que pasan. Si no quieres problemas, calla. No mires. No preguntes. Si hubieran callado, ahora estarían ya de vacaciones tan tranquilos.

¡Y no! ¡No puede ser! Cada vez que callamos, la injusticia avanza un paso más. Estamos en un momento crítico de desensibilización progresiva a la justicia, a los derechos de las personas por el solo hecho de serlo, a los abusos del poder, a la corrupción y a muchas otras cosas. ¡Y NO! ¡No podemos callar!. No es momento de callar. Es momento de ser valientes si no queremos perder elementos esenciales como personas y como sociedad. Si no queremos perder dignidad y derechos humanos. Andar con los ojos abiertos, preguntarse y preguntar las cosas, y no aceptar lo que es inaceptable, aunque sea legal y habitual. Por eso muchas organizaciones y personas dieron apoyo al manifiesto de los 11 de Vueling

Aquellos versos del Martin Niemöller que hemos oído mil veces, son hoy más vigentes que nunca.

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.

Martin Niemöller se opuso a la «nazificación» de las iglesias alemanas y fue castigado pero escribió uno de los poemas más populares y clarividentes sobre cómo acabamos para tolerar lo intolerable, pensando que nunca nos afectará directamente.

La respuesta de las 11 personas del vuelo de Vueling es uno de tantos pequeños actos de resistencia diaria, a menudo anónimos, a lo intolerable. Cada acto de resistencia a lo que es injusto, inhumano, a la corrupción, a lo que vemos a nuestro alrededor que no es lógico o es abusivo, es un grano más de arena en la playa de la esperanza y de la humanidad. Es un acto de dignidad que nos reafirma como personas y como sociedad.

Y a esta playa, los temporales de miedo y egoísmo, la están vaciando cada vez más rápido.

A los 11 de Vueling y sobre todo a tantos otros que cada día hacen actos de resistencia -que a menudo no ve nadie- hay que agradecerles abrirnos los ojos justo cuando a todos lo que más nos apetecería seria cerrarlos.

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