ODM 3: Promover la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer
Mucho se ha dicho ya de que la pobreza tiene rostro de mujer. El hecho es que a pesar de que parezca que con tener esta idea interiorizada estamos cambiando las cosas, nada más lejos de la realidad. La pobreza tiene muchas caras: significa no tener acceso a un mínimo de recursos; representa la desigualdad (o la ausencia) de oportunidades y la discriminación; la desigualdad también en cuanto al reparto de la riqueza, al ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos, en el acceso a las esferas de toma de decisiones y en el reconocimiento de esa capacidad de toma de decisiones. En fin, la pobreza y la desigualdad deben ser vistas con «gafas de género».
A pesar de los grandes avances en el marco normativo (e.g. CEDAW 1979; Plataforma de acción de Beijing 1995; Declaración del Milenio 2000), las cifras siguen siendo desalentadoras:
- de las 1.200 millones de personas que viven en pobreza, aproximadamente el 70% son mujeres (según datos de UNIFEM). Esto significa que aproximadamente 840 millones de mujeres viven en pobreza.
- 60% de los trabajadores pobres son mujeres (según la Organización Mundial del Trabajo).
- Según el Foro Económico Mundial, en los espacios de poder es donde más desigualdad existe.
- Según la Unión Interparlamentaria, del total de legisladores en los parlamentos del mundo, sólo el 17,7% son mujeres en 2008
- Aproximadamente 77 millones de niños y niñas en el mundo no están todavía escolarizados. El 55% son niñas. (Campaña Mundial por la Educación).
Estas cifras están vinculadas con la discriminación por razón de sexo. Así lo afirma el libro ODM: Una mirada a mitad del camino cuando dice que la discriminación y el sexismo determinan y discriminan las oportunidades de las mujeres en la educación. Junto con ello, el derecho a la salud de las mujeres se ve relegado a su exclusiva función reproductiva.
Si además consideramos las discriminaciones por razón de etnia, cultura, clase, raza, edad, lugar de nacimiento, las mujeres resultan ser doblemente afectadas. Es el caso, por ejemplo, de muchas de las mujeres migrantes que se enfrentan a una discriminación no sólo por el hecho de ser mujeres, sino además por ser mujeres migrantes, reproduciendo roles tradicionalmente considerados «femeninos» en trabajos de baja cualificación.
Según la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora, la discriminación étnico-racial y de género son constitutivas de la pobreza, la exclusión y de la perpetuación de las desigualdades sociales históricas.
La igualdad de género, al igual que el desarrollo, son cuestión de derechos humanos: no se puede concebir un Estado en el que la mitad de la población esté limitada en el ejercicio de sus derechos, en el que no se reconozca su capacidad de autodeterminación.
Las mujeres, los hombres, las niñas, los niños, las lesbianas, los homosexuales, las y los transexuales, todas y todos son sujetos de derecho. Discriminar por razón de sexo representa una ruptura con todas las declaraciones y pactos internacionales en materia de derechos. Se debe garantizar el respeto, la protección, y el cumplimiento de todos los derechos de todas las personas (civiles, políticos, económicos, sociales, culturales).
Las mujeres contribuyen día a día con su trabajo a la economía y a la sostenibilidad de la vida, y esta contribución no puede permanecer invisible.
He aquí una reflexión del Libro de ODM: Una mirada a mitad del camino que nos muestra dos caras de una moneda:
Las mujeres son activas constructoras…
Las mujeres, aún estando tan condicionadas por su mayoritaria presencia bajo la línea de la pobreza son, sin embargo, activas constructoras del desarrollo en el mundo actual porque:
Gestionan la mayoría de los hogares del mundo, realizando esfuerzos sobrehumanos para cubrir las necesidades básicas en su entorno más inmediato.
Generan constantemente alternativas de lucha contra el hambre, buscando la seguridad alimentaria familiar y de sus comunidades.
Cuidan de la seguridad física, económica y la salud de las personas que dependen de ellas.
Son las mayores productoras agrícolas y, en su relación cotidiana con los recursos naturales, son las mujeres quienes aseguran la protección y gestión adecuada de los mismos.
Sólo el 1% de la propiedad de la tierra en el mundo pertenece a las mujeres y, sin embargo, cultivan el 80% de su superficie. Ello les impide participar en pie de igualdad en las decisiones políticas que afectan a la protección ambiental o a los derechos económicos.
…pero las mujeres están invisibilizadas
La otra cara de la moneda es que las mujeres están invisibilizadas, casi no ?cuentan? en las estadísticas porque:
Persiste la ausencia de derechos reconocidos de las mujeres para acceder a la propiedad privada, a la herencia, a la tierra, al control de los recursos y acceso a créditos u otros servicios financieros.
Reciben, en general, menos salario por igual trabajo; trabajan más horas en todo el mundo al ejercer dobles y triples jornadas laborales y compatibilizar el trabajo del hogar y del cuidado; ocupan peores puestos de trabajo que los hombres, y sufren en mayor grado la precariedad laboral.
Se registran mayores tasas de desempleo en las mujeres, así como mayor inestabilidad y menores posibilidades de continuidad en la carrera profesional, por las limitaciones y requerimientos que conlleva el trabajo del cuidado de la familia y las personas dependientes.
Las mayores tasas de inseguridad, violencia y acoso sexual y laboral en sus lugares de trabajo, están relacionadas con las condiciones existentes de discriminación y desvalorización social como mujeres y madres.