Cada vez que vemos imágenes de masas de personas huyendo nuestro imaginario nos lleva a pensar en conflictos, violencia o algún otro tipo de persecución. Pero los datos arrojan una realidad muy distinta, y quizás menos conocida. En media, casi 22 millones de personas se han visto también obligados a moverse debido a desastres naturales entre 2008 y 2016. Concretamente, en este último año 23.5 millones han sido desplazados por el efecto climático, casi cuatro veces más que los desplazados por conflicto en el mismo periodo. Pero este fenómeno lejos de mostrar signos alentadores, está para quedarse y cada vez con mayor agresividad. Según señalan los análisis, la probabilidad de ser desplazado por un desastre es el doble que en 1970. De seguir así esta tendencia (lo que es muy optimista), a mitad del siglo esta posibilidad se multiplicará por cuatro. La mayor frecuencia e intensidad de los desastres climáticos, el creciente número de personas viviendo en áreas expuestas y la vulnerabilidad intrínseca de la población son síntomas claros que apuntan a un incremento exponencial del desplazamiento ocasionado por desastres naturales. Pensemos en casos recientes como los huracanes de Irma o María en el Caribe en menos de dos semanas, pero también en el tifón Haiyan en 2013 que provocó la evacuación de medio millón de personas
Como a nadie se le escapa, el cambio climático está detrás de esta perversa realidad. Sus efectos están amplificando el riesgo y el impacto de los desastres de varias maneras. A través del poder destructivo de las tormentas y las inundaciones, ante el aumento irreversible del nivel del agua, la creciente desertificación o modificando los patrones de lluvias. Todo ello está provocando contextos perversos y dispares donde vemos que partes del mundo sufren lluvias torrenciales al mismo tiempo que otros a pierden ganado y cosechas ante la falta de agua. Pero lo que sí que tiene un patrón común es el impacto desigual.
Los desastres naturales no conocen clase social o nivel de desarrollo y afectan a todos los países. Y aunque nadie es inmune a ellos, la gente con menos recursos tiene más probabilidad de verse forzado a moverse. Concretamente esta posibilidad es cinco veces mayor para los países pobres y de renta media baja según los cálculos de Oxfam tomando los datos de los últimos ocho años. Así pues, cambio climático, desplazamiento y desigualdad forma un perverso triángulo que se retroalimenta y ahonda sus consecuencias; brecha económica que explica mayores desplazamientos que a su vez perpetua (sino aumentar) la desigualdad.
Nos enfrentamos a un desafío mayúsculo donde de poco servirán soluciones corto placistas o parches inconexos. No es baladí. Actualmente no hay ningún país en el mundo que esté exento de las consecuencias de un cambio en los patrones climáticos cada vez más extremos y virulentos. No sólo provocarán destrucción y huidas masivas, sino que, además, ahondarán los problemas estructurales dejando a su paso sociedades más desiguales y empobrecidas.
Como decía, se necesita una respuesta integral que responda a los distintos fenómenos que se están dando. Por un lado, es urgente – lamentablemente no es la primera vez que se dice- reducir el calentamiento global a 1.5 grados. No es justo además que paguen quienes menos responsabilidades tienen en las emisiones de carbón. Por ello, los países ricos deben reducir drásticamente dichas emisiones. Pero además tienen la responsabilidad de apoyar al resto de los países en sus planes de adaptación y facilitar fondos a las comunidades más afectadas por este fenómeno. Pero hay que ser consciente que a pesar de que se pongan en marcha estos compromisos, la gente va a seguir viéndose obligada a huir de sus hogares. Para poderlo hacer de manera segura y sin poner sus vidas en riesgo, se tienen que garantizar sus derechos a lo largo del camino además de promover mecanismos para facilitar que los movimientos se hacen de manera legal y regularizada. Y por último se tiene que garantizar ayuda económica para poder hacer frente a los daños y las pérdidas en los países con menos recursos, además de ayuda humanitaria para poder satisfacer las urgentes necesidades ocasionadas por un desastre.
La tarea es ardua, sin duda, pero ya no es momento de apelar a la solidaridad o la compasión. Tiene que prevalecer el reconocimiento de que sin una respuesta urgente e integral las consecuencias del cambio climático acabarán afectando a todos (sí, a todos a pesar de donde vivan). Un mayor desplazamiento provocado por virulentos desastres climáticos agudizará la desigualdad global y dejará sociedades más vulnerables y expuestas al próximo evento natural. Un triángulo poco amoroso que no se saciará de retroalimentarse.
Paula San Pedro, Oxfam Intermón