El Cambio climático es el principal responsable del aumento de los periodos de sequías y lluvias así como de los cambios en los patrones meteorológicos que ponen en riesgo nuestra seguridad alimentaria pero sobre todo la de los 850 millones de personas que actualmente viven en pobreza, fundamentalmente en zonas rurales y cuya principal fuente de supervivencia es la agricultura.
Además, es causante de la intensificación de fenómenos meteorológicos que acaban en grandes tragedias humanitarias como el Tifón de Filipinas. Tragedias en las que habitualmente, son de nuevo las poblaciones más marginadas, las que más sufren las consecuencias. Poblaciones que a su vez, son las que menos han contribuido al calentamiento global.
Un fenómeno antinatural que lamentablemente va en aumento. Según la Organización Meteorológica Mundial, desde 1970 a 2012, en todo el mundo se han producido por efectos meteorológicos extremos un total de 8.835 desastres que han provocado 1,94 millones de muertos y pérdidas económicas por valor de $2,4 billones. Pero en la última década, entre 2001 y 2010, los desastres naturales han sido 4’7 veces más que los producidos en la década de los 70.
Desde que se vio la necesidad de contar con un tratado mundial sobre el Cambio climático han pasado 23 años, 20 Cumbres de Naciones Unidas por el Clima y 1 solo protocolo de obligado cumplimiento: el protocolo de Kioto.
Este protocolo, que finalizará en 2015, necesita ser remplazado por nuevo acuerdo. Un acuerdo ambicioso capaz de alcanzar las causas estructurales del Cambio climático desde nuestros modelos energéticos, hasta nuestra propia concepción de desarrollo. Un acuerdo que contemple el objetivo de mitigación equiparado a la necesidad de adaptación –sobre todo de las comunidades y países más pobres-. Y que no olvide que frente a la responsabilidad compartida que tenemos de luchar contra el Cambio climático, hay una responsabilidad histórica diferenciada sobre su causa: Los países desarrollados, donde habita el 17,3% de población global son responsables del 71,5% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero hasta la fecha.
Pero quizá lo más importante para que el acuerdo sea efectivo, es que contemple planes de acción concretos – nacionales- y de obligado cumplimiento, revisiones de avances cada 5 años y financiación.
Con la COP21 en París, llegamos a la tercera gran cita del año tras la Cumbre sobre Financiación para el desarrollo en Addis Abeba y la Cumbre de Naciones Unidas para la creación de los ODS en Nueva York. Pero París no es la última estación de nuestro recorrido. París debe ser solo el comienzo no solo de un nuevo acuerdo si no de una sociedad concienciada y movilizada para conseguir su cumplimiento.
En un momento en el que grandes acuerdos entre países como el TTIP, el TISA o el CETA ponen en peligro nuestros Derechos más fundamentales, nuestra democracia y nuestro Planeta, se hace más necesario que nunca que las ciudadanías de todo el mundo reclamen juntos un cambio de modelo económico internacional que nos permita vivir en consonancia con la Tierra y bajo el cumplimiento de los Derechos Humanos.