Tengo un dragón. Ya me gustaría a mí que fuera como Desdentado, el furia nocturna de “Cómo entrenar a tu dragón”, capaz de transformar el miedo en encuentro y cooperación. O como los de Daenerys Targaryen, tan prácticos para tomar conciencia de la identidad y el poder de una misma.
Pues no, mi dragón es más bien pequeñajo y casi siempre inofensivo, pero a veces, como todos los dragones, anhela un tesoro. No uno como el que custodia el terrible Smaug, el dragón de El Hobbit, que fue construido con el esfuerzo de los enanos (y enanas, supongo) a quienes Smaug expolió y expulsó de su reino bajo la montaña. El tesoro que anhela mi dragón es más bien pequeño burgués: una vida cómoda e idílica, tipo comedia romántica, con sus buenas dosis de amor, amistad, espiritualidad, solidaridad y “buenrollismo” en general.
Comprenderéis que, en Navidad, mi pobre dragón se descontrole. Tanta sonrisa, tanta lucecita, tanta magia por todas partes. Y todo se puede se puede comprar, oye, todo se anuncia, todo se vende, todo está a nuestro alcance con una sencilla transacción económica, incluso la solidaridad. Yo entiendo a mi dragón: la realidad es dura, quién no necesita unos días de tregua, unos días para creer que las cosas son simples, fáciles y bonitas sin más.
Pero la realidad también es terca e insiste en colarse por las rendijas causándole un tremendo desasosiego a mi dragón. Se cuela, por ejemplo, cuando nos encontramos con María en la puerta del súper y nos cuenta que le han cortado la luz, y que no sabe qué va a hacer dos semanas sin comedor escolar, ni qué Navidad va a poder darles a Sofía y a Iván, sus hijos de cinco y nueve años. Se cuela cuando la musiquilla prenavideña se interrumpe bruscamente por un terrible atentado que siembra el miedo, cuyo olor conjura a los fantasmas xenófobos de la vieja Europa; se cuela cuando rescatar personas en el Mediterráneo convierte “a los buenos” en sospechosos y también cuando, por más que mi pobre dragón compre artesanía solidaria, felicitaciones navideñas solidarias, juguetes solidarios y cualquier cantidad de solidaridad envuelta en lazos, el 1% más rico del mundo continua acumulando tanta riqueza como el 99% restante .
No hay buen rollo navideño que pueda con esto. Yo intento reconfortar a mi dragón recordándole que la Navidad poco tiene que ver con la solidaridad indolora y empaquetada. Porque, aunque no lo parezca, conmemora el nacimiento de un niño pobre, de un nadie cuya familia tuvo que abandonar dos veces su hogar, con él a cuestas, a causa del poder opresor; un nadie para quien no hubo lugar en la ciudad y a quien solo las bestias y las gentes marginadas y del “mal vivir” dieron cobijo y calor con lo poco que tenían. Pero también un nadie por quien tres sabios dejaron sus lejanas casas y cruzaron mares y desiertos siguiendo una estrella que anunciaba algo tan grande y tan bueno que bien valía la incertidumbre y la incomodidad del camino.
La solidaridad es más un camino incómodo e incierto, pero esperanzado, que un producto de consumo fácil que nos consuela momentáneamente dejándonos un vacío después. Y la vida es más un drama épico que una comedia romántica. Recordar esto, en estas fechas a mí, al menos, me reconforta. Y a mi dragón en el fondo también.
Irene Ortega Guerrero, vocal de Educación para la Ciudadanía, Coordinadora de ONGD-España
Irene te paso el DRAG�N que nació hace ya unos 4 años y espero que algún dia sea conocido por todo el mundo.
Qué bueno Irene!! Nos reconforta también tu historia. Un eso muy grande para ti y otro para tu dragón (nos colamos también en tu navidad, je, je)
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