El acuerdo firmado por el Partido Socialista y Unidos Podemos para aprobar los Presupuestos Generales del Estado incluye una serie de medidas que tratan de paliar la vulnerabilidad económica y las privaciones materiales en las que viven más de la cuarta parte de la población española. Una pobreza que se enquista en España pese a la mejora de la economía: durante los años de crisis, han aumentado los hogares en los que se pasa frío y se consume menos carne de lo necesario para garantizar una correcta alimentación, según recoge el Informe sobre el Bienestar Económico y Material, de la Fundación La Caixa. La Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN) profundiza en esta radiografía y señala que 3,2 millones de personas viven en nuestro país con menos de 335 euros al mes, lo que se denomina pobreza severa. Dan también la voz de alerta acerca del aumento de la brecha de pobreza, la cantidad de dinero que tendría que ingresar una persona pobre para dejar de serlo.
Que se hayan acordado medidas para luchar contra la pobreza en España es, sin lugar a dudas, una buena, muy buena noticia. Ahora bien, entre las medidas acordadas por los partidos progresistas, no se recoge ni una sola que hable de la cooperación para el desarrollo como herramienta para ayudar a reducir la pobreza en otros países. Así lo han puesto de manifiesto varios diputados en la comparecencia del ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, en la Comisión de Cooperación del Congreso de los Diputados. Le recordaron las palabras de Pedro Sánchez el pasado 17 de julio cuando, enumerando los retos en el ámbito internacional, afirmó que iba a “fortalecer y recuperar la política de cooperación al desarrollo como elemento definitorio de la política exterior de España». Obras son amores y no buenas razones sentencia el refranero castellano, lo que traducido al lenguaje político sería que la voluntad se demuestra en los presupuestos, cosa que no ha pasado. Al menos de momento.
Sin recuperar la política de cooperación, la más recortada por las administraciones durante la crisis, será utópico que España contribuya a cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible que, en su meta 17.2, recuperan la incumplida demanda de Naciones Unidas para que los países más adelantados destinen al menos el 0,7% de su ingreso nacional bruto a la Ayuda Oficial para el Desarrollo. ¿Se acuerdan cómo acampamos a mediados de los noventa en muchas ciudades para pedirlo? Sigue sin cumplirse. A pesar de que, según Eurostat, más del 90% de la ciudadanía española lo reclama.
Paradójicamente, mientras la economía mundial crecía en un 75% en las dos últimas décadas, hay más de 1.300 millones de personas que viven en pobreza y casi la mitad de estas en pobreza severa. Ello significa que se están quedando rezagadas en ámbitos como la salud o la educación primaria y con graves carencias en el acceso al agua potable, el saneamiento, o a una nutrición adecuada. Y lo que es aún más grave, la FAO ha alertado de que, en 2016 y 2017, se han incrementado las personas que pasan hambre en el mundo hasta alcanzar los 821 millones. Este aumento invierte la tendencia de años anteriores.
En los últimos 20 años también siguió creciendo la desigualdad. El 1% de las personas más ricas del planeta han incrementado sus ingresos hasta alcanzar situaciones tan obscenas como que ocho hombres multimillonarios acaparen la misma riqueza que la mitad de la población del planeta (3.600 millones de personas). El 1% más rico de la población mundial tiene ya más riqueza que el 99% restante. Si no rompemos con la desigualdad será imposible revertir la situación de pobreza en el sur global. Y en la mayor parte de los casos, la pobreza y desigualdad tienen caras de mujer.
El sistema no funciona correctamente, de manera magistral lo explica el Papa Francisco con solo tres palabras: “Este economía mata”. Por eso, en torno al Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, el 17 de octubre, las personas, movimientos y organizaciones que impulsamos Pobreza Cero hacemos un llamamiento a la sociedad para que se movilice hasta lograr medidas concretas y efectivas contra la pobreza y la desigualdad. Nos mueve el convencimiento de que si nos movemos, cambiamos todo. Como dice la activista guatemalteca Lolita Chávez, “apostamos por un sistema que defienda un modelo propio de desarrollo que ponga la sostenibilidad vida, la naturaleza y la determinación de los pueblos en el centro frente al modelo neoliberal”. Aspiramos a vivir en un país más decente en un mundo más justo, sostenible, inclusivo y solidario.
Andrés R. Amayuelas, Presidente de la Coordinadora Estatal de Organizaciones de Cooperación para el Desarrollo