“Mi padre está en el paro porque la fábrica cerró. Mi madre está en casa buscando trabajo. Si mis padres dicen “no” sé que es por algún motivo. Mis padres quieren que seamos felices, si dicen «no» es porque no tienen dinero”. Así de clara se expresa Ana, con sus 12 años recién cumplidos y con ganas de seguir estudiando, aunque sabe que no lo va a tener fácil por la situación económica que vive en casa. Que Ana llegue a la universidad no va a depender de ella.
Titularse en educación secundaria obligatoria y seguir estudiando son dos condiciones imprescindibles para la futura integración laboral y social de los niños y niñas, sobre todo de estas últimas que son las que más sufren la desigualdad. Sin embargo, no todos los niños y niñas están en igualdad de condiciones, ya que acabar los estudios o abandonarlos tiene mucho que ver con el nivel de renta y formación de las familias. Todos sabemos que tener un entorno con contactos profesionales ayuda mucho a prosperar y, por ejemplo, a conseguir unas prácticas laborales o un primer trabajo.
“Una niña pobre es aquella que no puede soñar”, nos cuenta Silvia, otra pequeña que acude a los programas de ayuda de Save the Children para las familias en situación de vulnerabilidad. Una frase que cae a plomo, por la sinceridad de la niña y porque su contenido está ahí pero no lo queremos ver. La palabra “desigualdad” es muy común en titulares de periódicos, en discursos políticos y en un sinfín de artículos académicos e informes de ONG y de organismos internacionales. Es innegable, está ahí y aumenta a buen ritmo, pero es difícil de visibilizar, o no queremos verla. Hablamos de que hemos salido de la crisis económica pero hay muchos niños y niñas que se han quedado atrás.
España está entre los países de la Unión Europea con más desigualdad. Las personas más ricas en nuestro país ganan siete veces más que las más pobres, cuando la media europea es de 5,2 veces. Pero la desigualdad afecta con especial crudeza a los niños y, sobre todo a las niñas: los menores de edad con menos recursos se han empobrecido cinco veces más durante la crisis que los más ricos -un 32% y un 6% respectivamente-. Entre 2008 y 2015 el número de niños y niñas en situación de pobreza severa aumentó en 424.000. Una cifra de la vergüenza y la obscenidad.
En las sociedades más desiguales el éxito de los niños y niñas está condicionado por la herencia económica y social de los padres. En España, un niño que nace en un hogar pobre está condenado de por vida a serlo. El Estado no permite que todos los niños y niñas tengan las mismas oportunidades, al contrario, les pone zancadillas a los que peor están.
No son solo números, en Save the Children vemos todos los días cómo muchos hogares, por mucho que se esfuercen, se quedan atrás mientras el resto del mundo avanza. Son las historias de Ana o de Silvia, y de muchas otras niñas que quieren soñar, pero las obligamos a permanecer despiertas.
Susana Hidalgo, Responsable de Comunicación de Save the Children